miércoles, 29 de febrero de 2012

El genio del desierto: segunda parte



Las opiniones vertidas en este artículo pueden resultar controvertidas. El autor espera equivocarse con sus predicciones, y que los movimientos de protesta ¡tan necesarios! lleguen a buen puerto. Por el bien de todos. 


El genio conjuró con un gesto imperceptible las arenas claras del desierto. Un viento súbito las arremolinó formando formas al principio difusas, que pronto cobraron sentido. Mi amigo arqueólogo vio asombrado una sucesión de escenas costumbristas: unas mujeres con apariencia africana golpeaban un verdor utilizando gruesos bastones de madera, y al momento siguiente dos hombres asiáticos jugaban depositando piedras sobre un tablero. Tres jóvenes europeas paseando en bicicleta se transformaron con rapidez en un niño esquimal, asomado a un pequeño agujero practicado en el hielo. Una orquesta sinfónica se diluía convertida en una embarcación polinesa, en la que un hombre practicaba la pesca enmarcado en un paraje idílico. 

Era un espectáculo de una belleza excepcional. Cuando el genio habló, sobresaltó a mi amigo, que estaba absorto.

- La diversidad del humano siempre me sorprende. Salvo unos cuantos estereotipos comunes a toda la raza, muy pocos en realidad, la cultura en la que se nace define al individuo.

De nuevo un gesto, y la nube de arena se transformó en una hilera de mujeres, todas muy distintas, todas con un recién nacido en sus brazos.

- El niño que hemos descrito anteriormente nace indefenso; asoma a una realidad que lo satura de matices: olores, sonidos, sabores y gestos. Debe aprender a encajar dentro de esta realidad tan extraña, que pronto le exige atención. Todo humano aprende que, o bien se adapta a lo que la sociedad espera de él, o empezará a tener problemas. El niño que conocimos hace unos minutos, y que se alimenta de nuestras emociones, ansía por encima de todo la atención de los mayores, de quienes depende su supervivencia. Pero los adultos le indican muy pronto unas normas que pretenden encauzarlo por una senda de socialización e integración grupal. El niño no puede hacer lo que quiere; debe hacer lo que le mandan, lo que sus mayores consideran conveniente. Y si consideran necesario utilizar el castigo o la reprimenda, será por su bien.

El genio se alza, más imponente que nunca.


- Disciplina y orden. Sin estas premisas la vida en sociedad sería caótica. Pero no hay una norma preestablecida para todo ser humano. Un perro no será otra cosa que un perro sin que importe donde nazca; un humano recibirá un estímulo muy distinto, según la cultura en la que se desarrolle; el trato que reciba y lo que aprenda durante los cinco primeros años harán de él una persona. Serán su nombre y apellidos, su identidad. Su esencia.


El genio abrió su mano. El sol del atardecer la iluminaba con fuerza.



- Cinco años. No más. Los cinco primeros. Es la etapa más importante, en la que se consolidan los cimientos de vuestra personalidad. Son momentos difíciles, en los que os obligan y castigan, os premian y confortan. En esta etapa se consolida este otro círculo, que servirá de balanza para que el niño emocional y egoísta no se apodere de vosotros. Por eso lo he situado como contrapeso del niño, enfrentado a él. El padre (P), que así se llama, será el compendio de las enseñanzas que os ayudarán a controlar vuestro carácter y acciones para así colaborar en un fin más alto: el del bien común. Respetando unas normas inexcusables, podrás ser admitido en una estructura compleja que, más adelante, te facilitará todo lo que necesites para ser un ciudadano. Cuando tus progenitores te regañan, lo que hacen es indicarte una senda de la que no te conviene desviarte, por si te pierdes. Si te dejaran a tu antojo, podrías ser momentáneamente más feliz, pero luego cargarías con el lastre de no haber aprendido a vivir en sociedad, respetando, como principio general, la dignidad y los derechos de los que te rodean. El niño, tu niño, es egoísta; es el padre, tu padre, el que le impone unos límites. No todo vale.   


Mi amigo arqueólogo veía mucho menos interesante esta fase de la charla. Lo que el genio le estaba contando eran verdades de Perogrullo que cualquier manual para padres te indica: el niño querrá que le pongas límites, y es necesario ejercer esta responsabilidad de disciplina y control por su propio bien. No pudo evitar hablar.

- Lo que dices ya me suena. Es algo bien sabido ¿Qué te parece si avanzamos?

El genio se vuelve a sentar. Cuando habla lo hace en voz baja.


- No es tan sencillo. Si quieres adentrarte en los secretos de la comunicación humana, debes hacer tuya toda idea, hacer que germinen en tu mente, comprender todas las consecuencias y ser capaz de utilizar los círculos como una imagen exacta de ti mismo y de los demás. Más adelante entenderás que lo importante es la manera como se interrelacionan.


De nuevo un gesto, y en el aire los dos círculos giran


- ¿De veras crees haberlo entendido todo, hasta sus últimas consecuencias? No te creía tan sabio.


Mi amigo balbuceó.

- Bueno, no. Es sólo que yo...

- Observa - otro movimiento de la mano, y en el aire se forma una imagen - ¿qué ves?


El arqueólogo observa una aglomeración de gente joven acampada. Parece la Puerta del Sol de Madrid. Así se lo dice al genio.

-  En efecto. Una manifestación de protesta juvenil que ocupa un espacio público en la ciudad de Madrid durante muchas semanas. No ha sucedido aún, pertenece a vuestro futuro. Pero créeme; sucederá

- Me recuerda al espíritu de protesta de mayo del 68.

- Sí. Es también una reacción espontánea de una generación que manifiesta su desafección con la deriva que está tomando la sociedad en la que viven. Están hartos de que se los manipule, de que unos pocos lleven las riendas y aprovechen las potestades que ofrece un Estado de Derecho para beneficiarse de prebendas, revistiéndolas de democracia y legalidad. Estos jóvenes que ves quieren proponer alternativas a lo que consideran una estructura de oligopolio encubierta, en la que los partidos políticos, estructuras muy jerarquizadas y poco democráticas, sólo se preocupan del sentir de la calle cada cuatro años. Se creen víctimas de un engaño en la que participan como agentes la clase política y el capital. Buscan una alternativa al mercado. 

- ¿Y? No veo la relación con los círculos, con nuestra esencia de niño y padre.

- Pues entonces presta mucha atención, porque durante los siguientes minutos vas a entender el por qué este movimiento no logra cambiar las cosas. A pesar de tener razón, a pesar de tener a la opinión pública de su parte y de estar en un principio bien organizados, los que iniciaron esta marea del 15-M están destinados a desaparecer. Y lo que lo explica es la relación, siempre delicada y necesitada de ajuste, entre vuestro padre y vuestro niño.

- Creo que lo entiendo. La acampada se llena de personas jóvenes con muy buenas intenciones; pero muy pronto falla la disciplina, la logística. Como luchan contra la autoridad y la imposición no dejan que el padre actúe. Es una agrupación de niños bienintencionados, pero no pueden evitar que el mensaje se degrade por falta de control.

- Muy bien. Sigue.

- Supongo que al cabo de unos días habrá problemas de higiene, y grupos llamados antisistema, con sus ropas chillonas y su parafernalia de bongos, marihuana y grafitis, justificarán una presencia e intervención policial; y surgirán problemas con los vecinos o comerciantes de la zona. Imagino que los comités en los que se tomen decisiones acabarán siendo caóticos. Al final, con el tiempo, todos volverán al redil. Como pasó en el 68.

El genio no decía nada. Tampoco miraba a mi amigo, que se sintió obligado a seguir.

- En definitiva, la falta de autoridad, la ausencia del padre, convierte su misión en una utopía indefinida e inocente. Del grupo se apoderan los más activos, los que quieren resultados inmediatos, los violentos y desarraigados. Se pretende cambiar el sistema desde fuera, imponiendo un criterio voluble y poco asentado. Cada vez más los mensajes se vuelven abstractos, faltos de detalle. La suciedad y el abandono de apodera del campamento, y nadie es capaz de imponer unas normas de obligado cumplimiento que permitan la ocupación de un espacio público con garantías de salubridad, orden y calma cívica. Este movimiento, cargado de razón, fracasa porque en su seno muy pocos están dispuestos a asumir el rol de padre. Nadie regaña.

El genio habla entonces.

- Es algo más que esto. Mucho más. De hecho, has visto la realidad desde una única perspectiva; y los círculos nos permiten obtener una visión más compleja de las interrelaciones humanas. Los círculos sitúan algo tan sutil como la psique humana sobre un tablero de juego. Podemos mover las fichas, observar cómo se hablan unas con otras, estudiar la posibilidad de ocultar un círculo, o de hacerlo más grande. Lo que me has descrito es un aspecto del problema. Es cierto que la falta de autoridad provoca problemas logísticos insuperables. 

Una vez más, un leve gesto del genio abre la puerta a maravillas. Los círculos dibujados sobre la arena se alzan, y se produce un fenómeno curioso: del círculo del padre, empequeñecido, sale una fina corriente de arena que, al llegar a la altura del círculo del niño, se bifurca, sin tocarlo. El círculo del niño es mucho más grande, y se mueve para evitar todo contacto con la poca arena que procede del padre.

 
- Así lo has imaginado, ¿no es cierto? La poca autoridad que fluye del padre no permea en la enorme cantidad de niños acampados. Habrá algunos que intenten poner orden, establecer normas y recordar la necesidad de respetar los derechos ajenos. Pero serán cada vez menos, y su voz se perderá en una marea de personas que quieren acción, a menudo iluminados por un sentido de lucha efervescente, pero que se agota pronto. La paciencia no es propia del niño. El niño quiere resultados, y procura no contaminarse con las restricciones del padre. Quiere hacer lo que le de la gana. Quiere libertad sin compromiso. Odia la imposición.

- Sí. Lo dije antes.
- Pero, ¿qué sucede si le damos la vuelta?



 
Un giro de muñeca, que hace tintinear sus brazaletes dorados, provoca un cambio. El círculo del niño se sitúa arriba, y de su interior baja una enorme cascada de arena que engulle al pequeño círculo del padre.

- Tanto requerimiento y tan poca autoridad... el padre acaba ahogado, se disipa ante una avalancha que no puede gestionar.

- Lo que ya dijimos; la falta de autoridad.
- Pero hay algo extraño en esta imagen. ¿No te parece?

El arqueólogo mira sin entender lo que el genio quiere decir.

- No te entiendo ¿Extraño? Es lo que hemos descrito: un niño fuerte que domina a un padre débil.

- No me refiero al tamaño de los círculos. Me refiero a la cantidad de arena que sale del niño.

Mi amigo sigue sin entenderlo. El genio observa con detenimiento los círculos, y habla como para sí mismo.

- Es demasiada arena. Demasiada. Dijimos que el niño rechaza la autoridad, rechaza al padre, y que ello se manifiesta en desprecio a la autoridad, en maneras de expresarse o de vestir que intentan manifestar un desafecto al orden establecido. Los acampados se oponen a todo tipo de imposición; sus decisiones son siempre colegiadas, se reúnen en asambleas y nadie se arroga una posición de poder. No quieren nada del padre, que es el enemigo.

- Sí.
- Pero entonces, ¿por qué hay tanta arena saliendo del niño y requiriendo al padre? ¿Por qué, en lo más profundo, todos buscan algo que parecen despreciar? El niño debería estar seco de arena, debería bastarse consigo mismo. Sin embargo, no sólo no es así, sino que, cuanto más grande es el niño y más pequeño es el padre, más necesidad tiene el primero del segundo. ¿No te extraña?

Es algo en lo que mi amigo no ha pensado. Cuando habla, no está seguro de haber entendido del todo lo que se le plantea.

- ¿Dices entonces que todos necesitamos la autoridad?

- Durante la infancia, sin duda. Pero en esta acampada veo adultos. Debe ser otra cosa. Por eso te insistía en que buscaras una visión alternativa, que le dieras la vuelta al problema.

- Creo que no lo entiendo.

- No es autoridad lo que este niño tan grande busca. Lo que precisa es algo muy distinto, algo que constituye el motor fundamental del crecimiento humano, la motivación última y más elevada de tu especie. Lo que el niño quiere, por encima de todo, es que lo acaricien. Que se le escuche. Que se valoren sus ideas.

Se hace el silencio por un instante. Entonces, el horizonte muestra una enorme pirámide dividida en cinco escalones. El genio se acerca a la pirámide.


 
- Esta es la pirámide de las motivaciones humanas. Es un invento de un hombre llamado Maslow, una inteligencia sorprendente que convulsionó la psicología humanística durante vuestro siglo XX. Mientras el resto de los psicólogos buscaban la enfermedad y su cura, Maslow, el más inteligente de todos, buscó la salud y sus causas. Descubrió que el equilibrio mental es extremadamente raro, y quiso desentrañar aquello que lo hacía posible.

La pirámide iluminaba sus tramos, de abajo a arriba, según hablaba el genio.

- En ese camino intentó descubrir lo que realmente motiva al humano. Descubrió que hay una escala en las motivaciones, de las más básicas a las más elevadas. Averiguó que sólo los que alcanzan el quinto escalón, la cima de la pirámide, logran este estado ideal que denominó "autorrealización". Pero no se alcanza esta cumbre sin haber conquistado las etapas anteriores, más grandes e imprescindibles cuanto más abajo se encuentran.

Señalaba los distintos niveles.

- Abajo, el escalón más grande, lo ocupan las necesidades más básicas: comer, protegerse del frío o disponer de agua potable. Son requisitos que, todavía hoy, ocupan a una gran cantidad de seres humanos en el planeta. Es vuestra mayor vergüenza: una minoría asciende por estos escalones pisando la cerviz de millones que malviven, mueren o entierran a sus hijos. Se expolian sus recursos naturales, se los emplea como mano de obra barata y se contamina su medio ambiente para reducir costes de producción y abaratar los bienes de consumo.

El tono del genio manifestaba desprecio.

 El siguiente escalón, todavía muy grande, lo ocupa la seguridad, la protección de la persona y de sus bienes. El respeto a la integridad física y moral del individuo. En esta etapa se encuentran atrapadas, aun sin saberlo, millones de mujeres; también en lo que llamáis primer mundo. Sólo si se afianzan estos dos escalones se puede optar a ascender hacia lo más alto.

- Los tres escalones últimos, ¿qué son?

- El amor, el reconocimiento y el llegar a ser uno mismo. No entraré a analizarlos; pero en los tres, y muy fundamentalmente en los dos primeros, hay un mismo impulso: la necesidad de afecto. El verdadero motor del crecimiento humano.

El genio, más calmado, hablaba con dolor.

- En los orfanatos de la Europa del Este el índice de muertes resultaba inexplicable. Además, los trastornos psiquiátricos, como el Trastorno Generalizado del Desarrollo, lejos de ser la excepción, constituían casi la norma. Cuando las autoridades intentaron averiguar las causas de este fenómeno, descubrieron que a los niños pequeños apenas se les acariciaba. Y, faltos de caricias, muchos se dejaban morir. Os alimentáis de afecto y reconocimiento tanto como de oxígeno o hidratos de carbono. La caricia es la proteína del alma. El niño vive siempre atento a conseguir este aprecio, incluso en la edad adulta. Sin embargo, el problema se plantea cuando nos hacemos la pregunta: ¿quién acaricia al niño?

- El padre, supongo.


 
- Así es. El padre no sólo regaña o encauza comportamientos inadecuados; también premia las buenas acciones. Es el padre el que acaricia. Y ahora te pregunto: ¿qué problema ves en esta imagen?

De nuevo aparecen los círculos, con un niño descargando fuertes oleadas hacia un padre casi desaparecido.

- Nadie acaricia. Muy pocos escuchan. No hay apenas padres. Los que gestaron la protesta, los héroes del 15-M, los del mayo del 68, se vieron desbordados por una marea de sordos funcionales que sólo querían ser oídos. Las asambleas se hacían eternas e improductivas, y en el seno de la protesta distintos egos querían apropiarse del movimiento.

- Y no sólo esto. Además, la presencia del niño es excesiva, agobiante. La necesidad de caricias es enorme, y no hay suficientes voluntarios que respondan a esta exigencia. El padre no es sólo disciplina. Cuando fortalecéis vuestro propio padre con el ejemplo de los mayores, no sólo adquirís valores. También aprendéis a cuidar de los demás. Esta no es una historia de buenos y malos. Hay un equilibrio constante entre vuestro padre y vuestro niño; se necesitan mutuamente, y aprenden a dialogar muy pronto. Y de este diálogo nace un tercer círculo. Uno muy extraño.

Los círculos han vuelto a su tamaño original, y de nuevo se muestran como simples surcos en la arena. Entre medias, un nuevo círculo se forma. Se distingue una letra A en su interior.

- Las pulsiones emocionales que provocan el niño y el padre necesitan de un cierto grado de control. Sin un mediador, vuestra psique sería un caos bipolar efervescente e improductivo. Sin embargo, vuestro cerebro, la organización más compleja que haya visto el cosmos, genera en sus capas más externas una respuesta a los desajustes que proceden del paleocortex y mesocortex, del cerebro antiguo, territorial, instintivo y emocional. Muy pronto el humano aprende a dirigir esta orquesta repleta de timbres. Con mano firme, sujeta la batuta que dirigirá su vida.

El genio alza un dedo.


 
- Situado entre el niño y el padre, el adulto solicita la atención de la mente. Con él, la persona está completa. El adulto afina los instrumentos y marca el ritmo, la cadencia. Desde su atril, se hace visible, hipnotiza al niño y al padre en un soliloquio que durará toda la vida. Lo veremos enseguida.

Antonio Carrillo.

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