martes, 25 de septiembre de 2012

Rosa con espinas


Disfrutamos de un presente más cómodo; de sandías sin pepitas, de maravillosas autopistas. De rosas sin espinas.

Y, sin embargo, me recuerdo de niño, uno más de cinco hermanos, apaciguando los calores del verano con el rojo frescor de la sandía grande como la luna, herida por pequeñas balas negras que escupíamos sobre un plato en el centro. Las risas cuando no acertábamos, la búsqueda de la breve semilla de entre la pulpa dulce. Afuera hacía calor, y papá dormía la siesta. El perro aguardaba cerca que termináramos; pero era momento de estar todos juntos, arremolinados junto a un cuenco que se llenaba de lágrimas negras.

De mayor, cuando conduzco, me gusta abandonar las monótonas rectas, todas idénticas, de las autovías interminables. Un desvío inesperado me desgarra de la civilización y me adentra en parajes nuevos, inexplorados. Lugares que han estado esperándome, sin yo saberlo. Soy un hombre de carreteras secundarias, que pronto se adornan de árboles, pequeñas pedanías e iglesias sin culto. Las autopistas no lo saben, pero converso entonces con la piedra sobre el estruendo del que vengo. Por un momento me creo libre, puro. Salvo. Aprendí que toda piedra esconde su propio silencio.

La autopista aguarda, paciente. Sabe que volveré, no tengo más remedio, y conserva memoria de todos los que la abandonamos. Pero, ¿me permiten un secreto?; a la vuelta siempre llevo conmigo una brizna de libertad.

Las rosas han soportado el embate de la genética, y muchas nacen desnudas de espinas. Un ramo de rosas se ofrece, entonces, con el gesto descuidado al que se han habituado margaritas y claveles. Pero las rosas fueron orgullosas, en tiempos. Exigían respeto y cuidado. En una rosa las espinas centraban nuestra atención y, calmados y seguros, dedos y miradas detenidos, podíamos volcar nuestros sentidos en su fragancia adormecedora, en la perfecta simetría de sus pétalos, siempre diferentes.

Conozco una Rosa con espinas. La conocí hace meses, en estos foros que frecuento desde hace menos de dos años. Es una mujer fuerte, decidida, valerosa. Tuvo la osadía de encauzar sus estudios por la senda de la historia y las humanidades; una apuesta siempre de alto riesgo.

Es una mujer que lleva mucho tiempo sin trabajo, a pesar de su excelente currículum. Me ha confesado, en ocasiones y por correo, su desesperación. La entiendo. Su historia es la de una injusticia repetida; la vergüenza de una sociedad que malgasta saberes y sensibilidades que son imprescindibles. Rosa L. nos es tan necesaria como un banquero o un ingeniero de caminos, porque la necesitamos para construir puentes que nos unan en valores y aprendizajes. Porque su voz es la voz del tiempo. Porque si acallamos la conciencia del humanismo lo que queda es el estruendo de lo inmediato. De lo pragmático.

Rosa L. nos es útil porque su entorno es una biblioteca, un museo o la universidad, templos todos. Porque sin ella, y otros como ella, sólo tendremos autopistas.

Resiste Rosa. Aguanta los insultos, la osadía de los necios que se atreven a culparte de tu mala suerte. Hace poco alguien le recomendó dejar tanto humanismo e invertir en Bolsa. Rosa supo defenderse de tal ignominia; pero transmitió cansancio.

Su derrota, la derrota de tantas personas como ella, simboliza el fracaso de una manera de ver la realidad, alternativa y necesaria. Sin becas, bibliotecas o cultura caeremos en el páramo de la desidia. Moriremos por falta de estímulo. De ideas.

Es fácil conducir en autovía. Y seguro. Pero los paisajes más hermosos nos aguardan al final de un sendero distinto, de un camino pedregoso que nos exige conducir más despacio.

Sólo entonces podremos asomarnos por la ventana a la inmortal luz de la vida, reflejada en el pétalo de una rosa.

Antonio Carrillo.

4 comentarios:

  1. Preciosa historia y muy bien escrita. Una parte de mí se identifica con ella. Yo no fui tan valerosa como la gentil rosa, pero mi espíritu se rebelaba, así que decidí abandonar la autovía para caminar por agrestes senderos; descalza, pero feliz.

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  2. Me ha encantado... Me he quedado con ganas de más. Seguro que hay una segunda parte con un buen final. ¡Ánimo a todas las Rosas!

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