jueves, 26 de septiembre de 2013

Mi padre, cura obrero en Los Badalejos


 

Hoy hace siete meses que falleció mi padre. Es curioso, creía que el tiempo traería una pizca de consuelo en el olvido.
Pero le sigo echando muchísimo de menos, y todos los días algo me trae su recuerdo.
Al poco de morir, nos llegó, entre otros, este reconocimiento del ayuntamiento gaditano de Medina Sidonia: 

PESAME DESDE EL AYUNTAMIENTO DE MEDINA SIDONIA

Desde el Ayuntamiento de Medina Sidonia, en nombre de su Alcalde, M. Fernando Macías, en el mío propio como Tte. de Alcalde Delegado en Los Badalejos y Malcocinado, y, por supuesto, en nombre de sus vecinos que tan grato recuerdo guardan del Padre Carrillo, queremos hacer llegar a su familia nuestro más sincero pésame por su reciente perdida.

El conocimiento de su lucha para con los vecinos de Los Badalejos durante unos años de extrema carestía y ausencia de medios, sin duda es un aliciente para continuar el trabajo en una época tan difícil como la que vivimos en este momento, salvando las diferencias.

En reconocimiento y agradecimiento a su trabajo, Los Badalejos sigue recordando a Antonio Carrillo manteniendo una calle con su nombre en Los Badalejos. Por supuesto sigue vivo en el recuerdo de sus vecinos. Reciban un saludo afectuoso.

ANTONIO DE LA FLOR GRIMALDI Tte. De Alcalde-Delegado de Medio Ambiente y Servicios Municipales. Tte. De Alcalde-Delegado en San Jose de Malcocinado y Los Badalejos.

 
AYUNTAMIENTO DE MEDINA SIDONIA


Y, poco después, Miguel Roa, profesor del Instituto Público San Juan de Dios de Medina Sidonia, me comunicó que tenían previsto glosar la figura de mi padre en el libro “El Barrio”, que editan todos los años.
Me encomendaron escribir sobre el paso de mi padre por una pedanía de Medina Sidonia, Los Badalejos.
Lo que sigue es el texto que salió publicado:

“Estamos en 1958, y el Rector del seminario de Cádiz propone al obispo que Antonio Carrillo Robles prosiga sus estudios en Roma. Con apenas 22 años su alumno más brillante no puede ser ordenado sacerdote; es demasiado joven.
Durante tres años estudia teología en la Universidad Gregoriana y, posteriormente, Sagradas Escrituras en el Pontificio Instituto Bíblico, un privilegio al alcance de unos pocos cientos de personas en el mundo. En 1961 le ordenan que regrese a España, y le nombran superior del seminario menor de Cádiz. Tiene apenas 25 años
La iglesia católica estaba inmersa en un proceso de cambio propiciado por el Papa Juan XXIII. El sacerdote que vuelve de Roma se ha embebido en un espíritu conciliar, más abierto y cercano. Es algo que se manifiesta muy pronto: el padre Carrillo se niega a dar en latín clases de teología a niños que desconocen tal idioma. Relaja un tanto el ambiente en el seminario, procura mejorar la comida (siempre le gustó comer) e introduce el estudio y disfrute de la música clásica (su gran pasión), lo cual se percibe como un soplo de aire fresco. Un compañero sacerdote escribe en su diario: "los niños de primer curso estaban encantados con él".
El obispo está molesto. El padre Carrillo no siempre guarda las formas en su manera de dar las lecciones, de distraer a sus alumnos; e incluso se rumorea que le han visto caminar en verano por las plazas de Cádiz sin llevar el preceptivo sombrero de teja. Carrillo se ha enfrentado abiertamente con el rector del seminario, delante de alumnos y profesores, y visita periódicamente a un sacerdote preso por razones políticas en la cárcel del Puerto de Santa María. El escándalo es mayúsculo: ¡se ha escuchado en el seminario música de zarzuela; nada menos que "La leyenda del beso"! ¡Imperdonable!
El castigo es ejemplar: Carrillo recibe la orden de trasladarse como párroco de dos humildes pedanías cercanas a Medina Sidonia, San José de Malcocinado y Los Badalejos. Un sacerdote y profesor amigo escribe en su diario: "noviembre de 1963; Hace unos días, dos en concreto, el martes, trasladaron al P.ACR. a los Badalejos. Dicho así, parece una cosa normal, pero no lo comprendo. (...) ¿Es realmente la voluntad de Dios que a una persona tan preparada como P.ACR se le envié allí y el Seminario pierda un profesor y superior que anima, estimula y da ejemplo de entrega?"
La intención del obispo es clara: quebrar la voluntad de Carrillo sometiéndolo a un entorno extremadamente difícil. En 1926, el Estado había comprado los terrenos de San José de Malcocinado con la intención de instalar una Yeguada Militar, pero el experimento no prosperó. Sin embargo, dado que se había encontrado agua y construido unos pabellones, el Instituto Nacional de Colonización arrienda los terrenos a unos cientos de personas. Otras muchas se instalan en chabolas situadas en una Cañada Real: los Badalejos.
Todas ellas malviven en una tierra que no les pertenece.

El sacerdote que sucedió al padre Carrillo habla del lugar en estos términos: "Si he dicho yeguada, ya podemos suponer qué clase de viviendas componían San José de Malcocinado: las antiguas cuadras de los caballos. Pero peores eran las de Los Badalejos. Me parecían como las que veía como «viviendas primitivas» en la Historia del Arte de Pijoan"
 
Una fría noche de noviembre de 1963, bajo una lluvia torrencial, llega Antonio Carrillo a Los Badalejos, traqueteando sobre su Vespa blanca. Si la intención del obispo era la de humillar al erudito estudiante y profesor, fracasó estrepitosamente. Enseguida Carrillo envía una carta al obispado comunicando que ha decidido ceder su casa de párroco (la única medianamente decente) a una familia con 11 hijos. El obispo responde con un enfado monumental, y se niega a tal desvarío. Carrillo decide entonces centrar sus esfuerzos en un único objetivo: mejorar las (penosas) condiciones de vida de sus parroquianos.
Acude al Gobernador de la provincia y demás autoridades, consigue financiación, material de construcción, y presiona para que se tenga en consideración una reciente encíclica de Juan XXIII, en la que establece que todas las tierras de colonos que atestigüen veinticinco años de ocupación pertenecen a quienes las han habitado. Tras toda una vida trabajándola, la tierra es propiedad del colono, no del Estado. Una vecina de los Badalejos lo explica fenomenalmente: “El padre Carrillo era buenísimo, daba misa como todos los curas, pero hizo más cosas por el pueblo; hizo casas para que se vinieran más familias a vivir a La Yeguada, y dejamos de pagarle a Franco”. Otro vecino es incluso más claro: “Carrillo era un cura bien preparado y no le temía al caudillo”.
 
Antonio Carrillo es feliz en los Badalejos, "rodeado de gente sencilla", como le escribe a un compañero. Su situación refleja un claro enfrentamiento con el poder civil y eclesiástico; ante los actos conmemorativos del 25 aniversario de la colonización de San José de Malcocinado, en los que se pretende enaltecer el Instituto Nacional de Colonización, Carrillo se niega obstinado a dar la misa preceptiva, aduciendo que no podía celebrar el nacimiento de una institución que supuso la creación de colonias de pobreza y marginalidad. Finalmente, tuvo que acudir un  sacerdote de Benalup a oficiar la misa.
Pronto comienza, previó sorteo, una primera fase de construcción de 10 viviendas. Algunos vecinos recuerdan el momento en el que se introdujo en una olla todas las solicitudes. Fue sin duda una tarea ardua conseguir los medios económicos y materiales para proseguir con el proyecto; una cuadrilla de albañiles de Medina Sidonia y de Paterna de Rivera construyeron casas de mampostería con tejados decentes en las cañadas reales y la carretera a Benalup. Carrillo facilitaba cal para blanquearlas, y pintura verde o celeste para las puertas. "No eran una maravilla, pero eran humanas y apropiadas", escribe el sacerdote que le sucedió en los Badalejos. El coste de las casas era de 10.000 pesetas, pero al propietario que aportaba mano de obra se le descontaba del total. El padre Carrillo firmaba pagarés de 100 pesetas.
 
El sacerdote estaba constantemente de viaje, siempre en moto, buscando recursos, financiación. Cuando tenía prevista una salida, avisaba a los vecinos, por si tenían que tramitar la solicitud de luz o cualquier otro asunto. A menudo escribía los formularios, porque una buena parte de la población era casi analfabeta.
Su ejemplo cundió: se recuerda una ocasión en la que fueron todos los vecinos en manifestación, pancarta incluida,  hasta el poblado de Cantarranas. Pedían el suministro eléctrico ante el obispo, que estaba allí de visita. Para entonces, el prelado debía de estar más que arrepentido de su decisión. Para más inri, en junio de 1964 el pueblo recibe la visita de un grupo de profesores y alumnos provenientes del seminario de Cádiz. Echan una mano en la construcción de las casas. Un profesor del seminario escribe: "Ayer tarde, al ver la Iglesia llena de gente y viviendo un cristianismo que me parecía del siglo primero, me sentí impotente (...) Todos decíamos que no se nos olvidará la estancia con PACR en esta Parroquia rural. Hemos aprendido mucho. Aquí han tomado un concepto muy bueno de los seminaristas. La gente se ha portado muy bien con nosotros, nos dejaban arrugados con sus regalos. Durante todos los días comimos en la Venta 'El Soldado' de los Badalejos".
El 8 de septiembre de 1964, a los diez meses de su llegada a Los Badalejos, se inauguraron las primeras casas, con presencia del recientemente nombrado obispo de Cádiz, Antonio Añoveros.
 
Los vecinos guardan una imagen del padre Carrillo quitándose la sotana, colgándola en cualquier sitio y descargando material de un camión, “como si fuera para su casa”. Las anécdotas sobre su labor pastoral y humana son casi interminables: llamaba a misa a las 12 de la mañana y acudía todo el barrio; no le importaba que las mujeres dejasen su tarea y entraran en la iglesia engalanadas sencillamente, con su delantal de cocina. Ofició el primer bautizo en castellano, algo que sorprendió a unas gentes acostumbradas a escuchar la ceremonia en un ininteligible latín. Después de la misa del gallo, invitaba a los feligreses a un refresco que había enfriado dentro del pozo. En una ocasión, supo de un niño sin bautizar, tan pobre que ni siquiera tenía padrino. Pidió comida de entre los lugareños, organizó una fiesta y fue con su vespa, acompañado de un grupo de vecinos en bicicleta, a traer al niño al pueblo. Y lo bautizó.
 
Tocaba la guitarra, y hacía música con vasos de agua y una cuchara; él, que había dirigido coros de más de cien intérpretes en salas de concierto. Montaba obras de teatro con niños y adultos, visitaba a los enfermos e incluso se ocupaba del traslado en los casos más graves. Una vecina recuerda que "a mi suegro, ya fallecido, lo llevó un día a Benalup, al médico, montado en su vespa; y como era tan nervioso, y enfermo que estaba, lo ató a su cuerpo con una sábana, porque los vecinos le decían que se le iba a caer por el camino".
 
En 1966 Antonio Carrillo pide la dispensa papal; quiere dejar el sacerdocio. El obispo Añoveros le convence para que recapacite otro año en Roma. Allí prosigue sus estudios, y acompaña como secretario e intérprete a su obispo en las últimas sesiones del Concilio Vaticano II. Se le comenta la posibilidad de que opte a ser uno de los obispos más jóvenes de Europa. Todo resulta inútil; Antonio Carrillo Robles se encontraba más cómodo, más en su sitio, en el fango de Los Badalejos que en los alfombrados salones de un palacio episcopal. En 1968 recibe la dispensa papal y contrae matrimonio. No se le permite casarse en la iglesia; la ceremonia se celebra en el despacho del sacerdote que oficia el sacramento, y sólo se permitió la presencia de los dos testigos preceptivos.
Acaba, pues, su vida como sacerdote; comienza otra como esposo, padre y Traductor Jurado, repleta también de anécdotas y éxitos. Pero en una pedanía de Cádiz no se difumina su recuerdo, su impronta. Hay una segunda, incluso una tercera generación que ha oído hablar del Padre Carrillo. En internet, se puede leer: “Por último, conservamos en la memoria de nuestros padres - posiblemente la segunda generación - a un hombre que ayudó a construir nuestro "pueblo". Este fue el querido y admirado Padre Carrillo, gracias al cual pudimos amortiguar nuestra pobreza y hambre en los años sesenta. ¡Donde quiera que esté, un fuerte abrazo!”
El año 2.000 se celebró una fiesta en su honor, a la que asistió con su esposa y cinco hijos. Se le entregaron dos placas conmemorativas y una reproducción en madera de la iglesia de los Badalejos. De las dos calles del pueblo, una lleva por nombre "Padre Carrillo".
Antonio Carrillo Robles falleció el 26 de febrero de 2013. Hay una última anécdota; en 1977 pudo construir una casa en la que vivió (vivimos) muchos años. Encargó a unos artesanos de Talavera de la Reina un enorme y colorido recuadro de cerámica con el nombre de la casa, que se veía desde la calle.
La casa en la que Antonio Carrillo Robles vio crecer a sus hijos tenía por nombre "Los Badalejos".”

Hoy, 26 de septiembre, hace siete meses que quedé huérfano de un hombre excepcional.
Del que estoy inmensamente orgulloso.

Antonio Carrillo Tundidor

No hay comentarios:

Publicar un comentario