sábado, 17 de marzo de 2018

Los gitanos del mar




Hay un pueblo errante, errabundo, sin más límite que el valor ni más frontera que el miedo.

Un pueblo de personas que aman el cielo nocturno; el más puro. El que ostenta la plácida noche de un océano sin luna.

Los distintos gobiernos en distintas épocas han intentado asimilarlos, domeñarlos. Ha sido inútil. Porque no se puede dominar a un pueblo que no conoce el tiempo.

No saben utilizar los relojes. Su ritmo es el de los oleajes, su horario el palpitar del mar. No se les puede encerrar porque no es posible alzar muros en el agua profunda.

A un pueblo de horizontes no se le puede poner límites. Es el pueblo más libre.

Los moquehee tienen un idioma distinto a cualquier otro, y viven en pequeños barcos – canoas más bien – llamadas Kabang; hogares con salones, dormitorios y cocina.

Durante las lluvias del monzón arriban a tierra, a las islas tailandesas de Phuket, Phi Phi  o Surin, y viven en chozas temporales mientras reparan sus botes y se preparan para volver a casa. Al océano.

Los europeos hemos descubierto algo increíble: los niños moquehee están adaptados a bucear, de tal modo que su foco visual es distinto al del resto de los humanos. Si la pupila de los niños se dilata normalmente hasta los 2,5 mm de diámetro, la de los niños moken se contraen hasta sólo 1,96 mm. Con una apertura menor, la resolución y profundidad de campo aumenta. Este fenómeno no es fruto tanto de un cambio genético por selección natural como la consecuencia de un entrenamiento constante desde bebés.

Los niños moquehee son capaces de ver el mundo subacuático como ningún otro ser humano.
Imagen de Jan de 2012


Estos humanos animistas conocen tan bien el mar que durante el sunami de 2004, que acabó con la vida de casi 300.000 personas, sólo lamentaron la muerte de un anciano minusválido.

Los nómadas del mar tienen en las aguas su aliado, y saben leer las señales de peligro. Su tradición oral gira en torno al mar.

No tienen patria: el gobierno tailandés no les reconoce la ciudadanía. No tienen acceso a la sanidad o la educación.

Poco a poco la civilización atrapará a estos vagabundos de la mar a tierra firme. Llegará un día en el que su vida de pobladores de las aguas llegue a su fin. Pero todavía una mayoría espera el final de las lluvias para volver a la libertad del horizonte más limpio.

Y en el final de sus días, ancianos o enfermos, los moquehee que sienten la llamada de la muerte y están en tierra firme empujan sus canoas mar adentro.

Para morir en casa, bajo un cielo estrellado.

Antonio Carrillo

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